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Ocultándome de tu rostro

Quise escapar, más no pude moverme. Quise gritar, más no encontré las palabras. Quise luchar, más no enfilé mis armas. Qué incertidumbre tan mal trecha la que tengo delante de mí. Todo el poder de la verdad y de la mentira fluyendo sobre mi mente, atormentándome las dos, sin conocer cuál es la buena y la mala.

Y ahí estaba en frente de la entrevista del trabajo de mis sueños. Las preguntas como las respuestas fueron las que escribe cualquier guionista en sus primeros años de trabajo; demasiado predecibles. Estaba yendo la entrevista tan bien que veía ante mí la posibilidad de obtener el trabajo.

Pero si todo va bien, hay que tener cuidado porque el universo tiende a compensar. Y eso pasó, que lo compensó. Entonces el entrevistador realizó una pregunta muy pícara: “¿Tiene usted alguna patología o discapacidad a tener en cuenta?”.

¿Qué decir? Abogar por el bien y no mentir porque algún día descubrirían mi enfermedad. O por el contrario, abogar por mi bien y no decir nada por el miedo a que no me contratasen.

Las dudas me atormentaban y se posaban sobre mis hombros, pesándome e hiriéndome. Pasaba el tiempo y entre tormento y tormento dije que no le había escuchado y que si sería tan amable de volverme a repetir la pregunta.

El entrevistador como es lógico repitió la pregunta. Ya no podía ganar más tiempo, ya no podía decir que no le había escuchado, pues entonces mi patología sería la sordera. Y con el agobio de tener que responder, pensé que lo mejor sería ocultar mi diabetes.

Si no me contrataría la empresa por la diabetes; no iba a demostrar lo que valgo y si me contrataban y luego descubrirían mi enfermedad; me quedaría en la empresa porque habría demostrado lo mucho que valgo. De este modo, me libraría de los prejuicios sobre mi enfermedad que son fruto de la ignorancia.

Pero al responder dije: “Sí”. Los dos nos quedamos muy sorprendidos de la respuesta. El entrevistador me dijo: “¿Cuál?”. Con un tono de voz que parecía que quería la primicia de lo que yo sabía y él no. Entonces le contesté: “Diabetes”. Y él me dijo: “¿La buena o la mala?”.

Vaya… no sabía que había diabetes buena y mala. En mi mundo todas las enfermedades son malas y dudo mucho que en el supermercado de patologías hubiera un cartel que dijera: “Aquí, la diabetes buena. Super Oferta 2x1”. Yo me debí de liar ese día y elegí la diabetes mala.

Yo le respondí que tenía diabetes mellitus tipo 1 (ala se lo dije con nombre y apellidos). Parecía que iba de sabelotodo y que me sentía grande en aquél lugar, dominando la situación, pero en realidad a pesar de que el despacho era pequeño y lúgubre; yo me situaba dentro de mi mente en una esquinita, diminuto y horrorizado por las grandes dimensiones del lugar. Él me contestó: “Ahhh entonces tienes la diabetes mala”.

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